Olvidar, olvidar cosas…Olvidarte de todo y de todos, de tu camino, de por qué caminas (o por quién). Olvidarte de descalzar tus pies cuando paseas por la playa, sobre flores, o sobre un césped recién regado. Olvidarte de respirar cuando a tu alrededor te hablan y hablan, apretando las tuercas de tu voluntad y de tu paciencia. Olvidar que estás vivo, y por eso tienes voz, para usarla (o no); y manos, para tenderlas a quien lo merece (o no). Olvidar que la dicha es breve, pero siempre buena, aunque luego vuele y no vuelva. Olvidarse de mirar lo que nadie mira, o escuchar a quien apenas habla. Olvidarse de decir “te quiero” o “te odio” sin decidir el momento oportuno. Olvidarse de cosas (o personas) cuando pertenecen al pasado. Olvidarse de oler el pelo de la persona amada, porque a la vez quieres besarla, tocarla y mirarla.
En cambio, recordar cosas, numerosas cosas, que grabamos a fuego en la losa de nuestra alma y hasta de nuestra tumba. Recordar la mancha de lejía que te dejó limpiar tu nueva casa, recordar los gritos de broncas, y no de júbilo ni de enhorabuena. Recordar que nunca te tocó la lotería, o si te tocó algo, lo poco que te duró en las manos. Recordar más cosas por las fotografías de los que se fueron que por las de los que están. Recordarte siempre a ti mismo el daño que te hizo ese amigo, o ese amor, pasen los años que pasen. Recordar a golpes el ridículo que hiciste ese día, ese maldito día. Recordar la meta que no alcanzamos, o si, pero que no supimos saborear. Agarrarnos fuerte al recuerdo de las malas palabras, de las dichas bajo el yugo de la furia, el arrebato, y que salieron como el relámpago, sin vestir y sin peinar.
Recordar la nube, siempre la nube, la puerta cerrada, el tren perdido, o la luz apagada. La despedida.
Olvidar que al final salió el sol, y dio calor; o que estamos ciegos y no vemos la puerta que está abierta, el tren que pasa y pasa, el interruptor de la luz. La esperanza.
Por eso nos arrugamos, como las pasas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario