miércoles, 21 de diciembre de 2011

La infancia perdida y hallada en el tiempo


No sé si os pasa algunas veces que el día puede resumirse en un instante…Hoy para mí es uno de esos días. Hoy quiero, necesito hablar de los más pequeños.
Es curioso el vértigo que da siempre cuando te metes en una habitación llena de niños que, como pequeños abejorros, revolotean (sean traviesos o no, sean hiperactivos o no, llueva o no) y corren en todas direcciones, sin destino, sin intención de parar, y casi siempre, sin poder evitar hacer sonidos ensordecedores al mismo tiempo. Traspasas el umbral, porque sabes que te espera al menos durante un buen rato la misión de estar con ellos, jugando, estudiando, haciendo las actividades del cole, o simplemente escuchando las mil y una aventuras que les ha pasado en el día; pero lo haces con temor, sin duda, siempre con temor. Porque los niños son aquellos que más nos ponen a prueba, son los únicos que no van a tener pudor a la hora de escudriñar en tus pensamientos, en tus gustos o en tus errores… ¡pobre del que comete un error delante de un niño!, porque no pasará jamás inadvertido para él. Sin duda son los más exigentes, más que un padre, un profesor o un jefe. Para un niño no hay matices, todo es blanco o negro, no te escapas…y además, no se conforman con respuestas simples, sino que detrás siempre viene la pregunta de los horrores, ¿por qué…? Nosotros, los adultos, que odiamos plantearnos ciertas cosas, que tenemos muy bien ataditos los cabos de hasta dónde queremos pensar y hablar…pero cuando tienes delante a uno de ellos, con esa cara, con ese brillo en los ojos que están tan llenos de curiosidad que parece que van a estallar; con esas pecas en la cara que nos recuerda que la fantasía no está tan lejos y que nuestra piel crea sus propios dibujos; con ese cuerpecillo que vibra de nervios y que no sabes si tiembla porque está expectante o simplemente porque se está haciendo pipí y quiere hacer tantas cosas a la vez que se le pasa decirlo; con esa sonrisa gigantesca sin apenas dientes (quizás los colmillos aún se mantienen) que tapan luego con sus diminutas manos pintadas de ceras de colores…
En fin, te encuentras en una prueba de fuego cuando te dicen que no tienen deberes o que no tienen ganas de hacerlos y tu cerebro empieza a 100 por hora a pensar qué demonios haces tú ahora con chavales cuyos padres te piden que les ayudes con los deberes, o que les ayudes con sus asignaturas más difíciles, pero los cuales al fin y al cabo son niños, y como tales quieren jugar. Así que, o les planteas algo como un juego, o en 2 min a más tardar estarán de pie en la silla chillando que son Superman, o en el patio o subiéndose a los tejados…
Y de repente…lo logras. Consigues que cada uno tenga una tarea mitad divertida, mitad didáctica; y se produce el milagro, ese instante eterno que saboreas cuando tienes a uno de ellos leyéndote en voz alta un cuento mientras está sentado en tus rodillas, a otro haciendo los deberes de conocimiento del medio y a otro al que le corriges las faltas de ortografía…es que no se puede pedir más. El cansancio, el estrés o lo nublado que haya estado el día a mí ya se me olvida en ese momento.
La infancia te roba los malos sentimientos, porque los niños no entienden de malos o buenos hechos…sólo comprenden la esencia de las cosas, la verdad.
Y la verdad muchas veces está demasiado escondida. Pero si buscas, encuentras niños a los que parecen que les cuesta comprender los ejercicios, o que tienen déficit de atención y que se distraen con una mosca, o que parecen no tener ningún tipo de inquietud en lo que respecta a aprender cosas nuevas o a llevarse bien con sus iguales…A veces, estas conductas parecen estar justificadas al saber que detrás existen episodios familiares de separación, violencia, drogas o abusos. Y ahí te quedas cuando miras sólo de reojo, pero cuando te atreves a buscar un poco más, y sigues rascando (aunque de miedo, insisto; aunque pienses “¿qué bendito día se me ocurrió meterme en esto?), ellos te sorprenden cuando, a pesar de todo eso, te dicen un día: “me encantan las mates…”, “hoy la profe me ha puesto un 9…”, “¿qué te apetece hacer? yo lo que quiero es leer un libro…”, “pregúntame la tabla del 7!”…Simplemente fantástico.

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