lunes, 30 de enero de 2012

Viaje hacia la esperanza


La primera vez que crucé las calles del barrio donde vives, sólo veía muros, viejos muros, tuberías roñosas. Por donde miraba, el tiempo había ido dejando sus huellas, y como filigranas se me aparecían las grietas del suelo.
No iba sola, peor aún, iba acompañada por alguien a quien no conocía y, además, mi instinto capitalista, racista y hasta inhumano me hacía sentir amenazada, miedosa…cobarde. Minutos antes, en el metro, me indignaba sentir la mirada de todos clavada en mi acompañante y, como consecuencia, también en mí; pero lo peor de todo era que yo misma sentía que íbamos a llamar la atención, lo sabía desde el principio, y ahí me di cuenta de lo hipócrita que el ser humano podía llegar a ser…y todo porque su color de piel y el mío contrastaban como el día y la noche. ¿Por qué yo también nos veía tan diferentes?
A veces somos condenadamente asustadizos, como bebés, y más frágil aún es nuestra tolerancia a lo “distinto”, que no lo es, sólo se trata de salir de lo habitual en una ciudad poco cosmopolita (poco desarrollada diría yo).
Mi corazón palpitaba fuertemente mientras pensaba: “¿lo haré bien? ¿Sabré qué hacer cuando les vea? ¿Me quedaré sin ideas en la hora y media que tengo? ¿Seré bien recibida? ¿Les caeré bien? He aquí otra de nuestras debilidades, el egocentrismo. Toda mi preocupación se centraba en mí, en la calidad de la actividad que YO iba a desarrollar, en si YO lograría ser aceptada, etc. Pero, por qué a veces se nos escapa lo más importante mientras nos miramos nuestro precioso ombligo lleno de incertidumbres…lo más interesante en este caso era preguntarse ¿y a quiénes me dirijo? ¿Quiénes son ellos? ¿Sabemos de quién hablamos cuando se trata de un “inmigrante”?
Si soy sincera, por mucho que yo sepa qué significa esa palabra, casi siempre viene a mi cabeza la imagen pequeña, gastada y manoseada ya de algún chico de color vendiendo objetos muy conocidos en lugares muy transitados…pero eso es falso, es una mentira que todos sabemos pero que, aún así, dejamos que nos invada.
Basta una mirada, una palabra, un saludo (en el idioma que sea, porque la sonrisa sigue siendo afortunadamente el idioma universal) para salir de este cascarón en el que la sociedad y el gusto por las fronteras nos metió en un momento del pasado. Cuando salí de esa habitación, cuando terminé de dar mi clase de español...en esos instantes sentí como mi alma había engordado por lo menos una talla ese día. Y no porque yo hubiera cambiado nada en este mundo que nos estamos cargando, no porque yo hubiera ayudado a nadie esa tarde de viernes…mi estado de shock se debía a que esa tarde yo me había dejado cambiar un poco. Sí, sólo he tenido esta sensación una vez anteriormente, pero para ello había tenido que irme a otro continente. Esa realidad y muchísimas más, las tenía aquí, a mi lado…pero no estás a la vista, nunca te vemos porque nunca haces ruido. Te limitas a caminar, a avanzar si te dejan,  a esperar por si tras el desaliento encuentras la oportunidad que hará que no desfallezcas. Te he visto sonreírle a un hombre que te desprecia, te he observado mientras escribías las sílabas en tu cuaderno sin decirme que en tu país eras el mejor de la clase, he visto en tu mirada mientras te explicaba los verbos del presente de indicativo del verbo hacer que allí de dónde vienes ejercías una profesión que amabas y que tuviste que abandonar, he visto tus ojos de padre, llorosos, cansados, que me piden que les enseñe vocabulario para el comercio, para atender bien a la clientela, porque estás intentando levantar un negocio…yo sólo puedo sentirme un punto en el infinito, redondo e insignificante; y mis problemas se vuelven aún más insulsos de lo que ya eran… soy punto en el vacío, una gota de lluvia, un suspiro si te pones, pero inmensamente afortunado por participar de las vidas, repletas de luces y sombras de personas que viven, se levantan, cuidan a sus hijos, o a sus hermanos, se buscan la vida, recorren las calles, luchan para que no les engañen (sin saber leer, escribir ni, a veces, entender), y se acuestan cada noche con la esperanza de que mañana puede ser el día en el que sus vidas vuelvan a cobrar sentido.
Mientras hago el camino de regreso, ya las calles de tu barrio no parecen las mismas, los muros de tus bloques de piso parecen reflejar el destello del sol, y las grietas del suelo parecen riachuelos de algún tipo de ilusión olvidada por muchos, vital para otros.
Si señor, tras esta experiencia yo solo puedo decir que muchas veces somos como pecas, miles de pecas que pertenecen a todo un cuerpo que está por descubrir, pero que como buenas pecas nos quedamos siempre en la cara, en nuestro sitio quietecitas, donde más se nos vea, en primera fila, en los mejores asientos, sin importarnos lo que ocurra en el resto del cuerpo, quejándonos cuando el cuerpo esté enfermo y suba la temperatura que nos hará enrojecer…pero estáticos ante el dolor que creemos que no es el nuestro.
Cuidado, no vaya a ser que algún día las pecas desaparezcan y nadie se acuerde de ellas. Habría que ver a más de uno perdido en un lugar extraño, rodeado de gente desconocida (con la piel, el pelo, la ropa de colores que aquí no hemos visto en la vida), y sin poder comunicarse…de una cosa sí estoy segura porque lo he visto, muchas de esas personas tan “diferentes” jamás te ignorarán, jamás “se harán el tonto” cuando te vean pasando necesidad y afortunadamente para nosotros, jamás nos guardarán rencor.

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