La muerte...la visita menos
deseada. La visita por la que haríamos las maletas para escapar durante toda
una vida si supiéramos el día de su llegada. El momento de la oscuridad.
¿Pero por qué temerle a aquello
que precisamente es lo que hace que tengamos tantas ganas de vivir? ¿Creemos
realmente que amaríamos la vida igual si pensáramos que somos eternos? ¿No nos
dejamos invadir por la rutina y el desarraigo cuando las situaciones más
cotidianas se alargan en el tiempo? Sensaciones parecidas he escuchado de
matrimonios, carreras profesionales, estancias fuera de tu hogar, etc. Largos
compromisos, largas esperas, lejanas metas…nunca nos gustaron, por qué odiar a
la muerte entonces, si es “ella” la mujer que te recoge, y ni siquiera sabemos
para qué, pero la odiamos. La odiamos porque llega sin avisar, y la odiamos
porque no soportamos el misterio y lo desconocido de ese viaje. La odiamos
porque nos arrebata a quienes amamos de sorpresa, porque no da oportunidades
para decir lo que no dijimos en su momento, porque interrumpe vidas que podrían
ser aún más grandes de lo que ya son. Pero, ¿por qué nunca es suficiente para
nosotros?
Ayer me dieron una lección. Ayer
tuve el honor de asistir a un funeral en el que no se lloraba por la muerte del
ser amado, sino por la alegría de cómo vivió. Si entrabas en la iglesia, podías
ver al lado de un Cristo crucificado, unos globos de colores, brillantes, de
fiesta. La fiesta que esta persona sabía transmitir al corazón de quienes la
conocían, ya estuviera en alguna parte del mundo o en el hospital encadenada a
tubos y sueros. A ella le daba igual, porque tenía una visión mucho más grande,
mucho más alta, desde la que veía a todas las personas por igual. Su familia y
amigos supieron lo que hacer para que los que acudimos a la cita, pudiéramos
sentir que ella seguía allí, y que su partida no ha sido para siempre, porque
no es más que uno más de sus viajes, el que sólo hacen los verdaderos valientes.
Ya está bien de que se nos escape
la vida, ya está bien de tener miedo de aquello que no conocemos. Si hay gente
que dedica su vida a los demás, es porque sabe que el ser humano es más grande
que su propio cuerpo, que sus temores o que sus caprichos. Tan grande que es
capaz de hacerse presente, incluso cuando el cuerpo se apaga.
Gracias de corazón. Fue precioso compartir la fiesta con tantos como estuvísteis allí. Besos, Agnola.
ResponderEliminarConmovedor. Estoy completamente de acuerdo contigo. Claro que no amaríamos la vida igual si pensáramos que somos eternos: el tedio, la rutina y la desgana finalmente se apoderarían de nosotros y no habría salvación. Gracias por compartir estos escritos y recordarnos el inmensurable valor que tiene la vida.
ResponderEliminarMªCarmen