lunes, 10 de noviembre de 2014

Mentiroso


Eres un mentiroso.
Me hace gracia la gente que encomendamos nuestra vida a alguien o algo.  En mi caso, a un dios mentiroso, un dios contador de historias que se paseaba, dicen, por las calles en sandalias, que apenas tenía bienes, que hablaba de bondad y que describía un reino distinto, donde tu riqueza depende de la grandeza de tu corazón, y no de tu esfuerzo por ahorrar y acumular. ¡Ja! ¿Me explicas por qué, entonces, los que viven solo para sí mismos y vulneran la vida de otros se acaban saliendo con la suya?
Eres un mentiroso.
Y te lo digo desde aquí abajo, sepultado, bajo tierra, desde mi ataúd y desde mi inconsciencia. Porque ya no soy, vale, pero he sido. Y ahora que estoy solo, aquí contigo, me vas a escuchar. Mentiroso. Porque yo nunca he hecho grandes cosas, ni he querido ser alguien especial, pero sí tenía un plan que incluía el bienestar de otros. Sí me creí tu cuento, el chino. Y aun así me cuesta asumir que no era verdad.
He rezado mucho. Y he amado todavía más. A cada paso que daba pensé que me acompañabas de verdad, porque no me sentía solo, pero, además, dejaron de sentirse solos los demás. No me sentía con poder, pero se me daba bien hacer que los demás pudieran. Y, mírame ahora, estoy atrapado bajo tierra; pero lo que me asfixia es saber que ellos también. Porque yo fui quien les contó eso de que morir en ti, feliz, no es morir, y todas esas pamplinas. Y ahora, ¿qué les cuento?
Eres un mentiroso.
Yo nunca quise engañar a nadie, solo soñaba con formar parte de algo verdadero y, sobre todo, humano. Solo quería traer esperanza a un pueblo que la necesitara, porque era en ellos donde yo la encontraba. Quería que probaran a qué sabe una vida que te pertenece, o el calor que da un sol que amanece con la promesa de un mañana, o qué se siente cuando uno construye, incluso a partir de la nada. ¿Y así se acaba? Una guerrilla, un grupo de hombres con armas y un susto… ¿de eso se trataba?
Me hubiera conformado con que me hubieras dado una señal antes, antes de conocer a esta gente a la que ya no le quedaba nada. Porque, más cruel que no tener esperanza, es tener una falsa esperanza. Yo les enseñé, ellos me enseñaron, ya no lo sé… pero juntos experimentamos que un mendrugo de pan solo no era suficiente, pero que un mendrugo de pan más un pequeño detalle cotidiano, sí que daba para vivir. ¿Y para qué? ¿Para qué superar el hambre, la sed y la indigencia si luego tu propio hermano puede ser tu verdugo? Los ancianos del grupo me decían siempre: “Tu dios dice que quien vive en Él, no morirá para siempre. Bien, nosotros entonces le sonreiremos a la muerte.”
Eres un mentiroso.
Mientras tanto, arriba, en la superficie, el mundo permanecía impasible. Tan solo en la televisión local, en las ciudades más cercanas al poblado, aparecía esos días una noticia un tanto insólita. Ese día había tenido lugar el entierro de un poblado entero, entre cuyos miembros se encontraba un sacerdote que, desde hacía años, convivía con la comunidad de nativos. Todos fueron asesinados un día azaroso, por gente elegida de forma azarosa, como tantas veces ocurre. Por eso no valía la pena destacar fecha, lugar ni nombres. La noticia destacaba solo una cosa: todos los cuerpos encontrados compartían una expresión similar en la cara. Una sonrisa.




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